CUARTO ENCUENTRO
LUGAR DE LA EDUCACIÓN RELIGIOSA EN LA ESCUELA
Incidencia en la religiosidad y en la ERE
Situaciones tales como el replanteamiento de las formas religiosas tradicionales, la disolución del sistema de cristiandad, las nuevas formas religiosas, el individualismo, la globalización, entre otras, recrean el escenario de la educación religiosa escolar y plantean nuevos desafíos hacia el futuro inmediato. La formación religiosa en la escuela tendrá que enfrentarse con la posibilidad de que desaparezca el área de religión como área obligatoria y, en consecuencia, crearse nuevos espacios en la educación formal y a la vez garantizar procesos de evangelización desde las estructuras eclesiales; deberá aprender a dialogar con la nueva cultura y mostrar un discurso significativo e inteligible para el ser humano de hoy; necesitará justificar la dimensión religiosa como una dimensión esencial de la existencia; deberá asumir el pluralismo como una realidad y además como un valor, sobre la base de opciones claras y decididas por parte del creyente. Requerirá profundizar en la riqueza del mensaje cristiano para iluminar la construcción de civilización y sociedad sobre la base de valores como la equidad, la justicia, la dignidad humana, y proporcionar fundamentos para la (re)construcción de la ética. Necesitará reconocer y valorar la subjetividad, y aprender a replantear desde allí la fe y la religiosidad. Deberá, en fin, pensarse desde una nueva realidad socio-política que corresponde a la actual situación definida por la modernidad y la postmodernidad, y no al sistema de la vieja cristiandad.
La situación actual de la Iglesia está decisivamente marcada por un acontecimiento de gran trascendencia que la transformó y en especial redefinió su puesto en el mundo y su actitud ante él: el Concilio Vaticano II[1]. Este sínodo eclesial representó una renovación del ser y la misión del pueblo de Dios, que en palabras del Papa Juan XXIII constituía un esfuerzo de aggiornamento o puesta al día de cara a una cultura y una sociedad de la que, de alguna forma, se había separado con ocasión de la revolución cultural que llamamos “modernidad”: se había producido, en efecto, un conflicto que había desembocado en una separación y ruptura entre Iglesia y mundo, hiato que obstaculizaba el cumplimiento de la misión de la comunidad cristiana[2].
En este marco de renovación, la Iglesia católica reconoce el valor de las otras confesiones cristianas, de las otras religiones y de todos los esfuerzos humanos a favor de la humanización; como consecuencia de ello, brotan en diversos ambientes y de diversas formas, acciones de colaboración en torno a la causa de la justicia y el desarrollo, tentativas de acercamientos interreligiosos y esfuerzos por construir la unidad de los cristianos (ecumenismo). Hoy la iglesia es más consciente del significado del principio de la libertad religiosa que siempre ha estado presente en la doctrina, pero que ahora se asume con mayor fuerza en un contexto de pluralismo cultural y religioso: todo ser humano está en el derecho y el deber de responder al llamado de su conciencia, también en el ámbito de lo religioso. Los creyentes, y específicamente los católicos, deben abrirse al esfuerzo mancomunado con los fieles de las demás religiones y con los no creyentes, para construir un mundo más humano.
En ese sentido, la Iglesia redescubre su misión, lo cual significa que no puede reducirse a la acción meramente religiosa, sino que debe comprometerse con todos los seres humanos en la construcción de un mundo más digno, equitativo, justo, pacífico y solidario.
El contexto particular de la ERE
La Ley 115 define el área de educación religiosa como fundamental y obligatoria. El Ministerio de Educación promulgó el 19 de diciembre de 2006 el decreto 4500 reglamentando esta disposición legal[3]. En su elaboración tuvo parte la Iglesia Católica. Esta legislación puede cambiarse con un nuevo gobierno; por ello el estamento gubernamental no es el ancla fundamental de la LER: la ley ampara la LER, pero cuando cambie ya no tendrá respaldo en la educación pública; en su momento, los maestros cristianos deberán crear nuevas formas de acompañar el proceso de crecimiento religioso de los alumnos tanto de la educación pública como privada, y la Iglesia deberá asumir el vacío creado por la supresión de la clase de religión, que de alguna manera representó en el pasado una suplencia por parte del Estado; ante esta nueva situación la LER deberá responder con pertinencia.
Las demás confesiones religiosas se abren espacio en la escuela
A partir de la Constitución colombiana del 91, la educación religiosa en la escuela abre sus perspectivas en lo que corresponde a la posibilidad que tienen los estudiantes de recibir educación religiosa acorde con sus creencias, no necesariamente cristianas. El hecho del pluralismo tiene en este sentido profundas implicaciones en la ERE: ya no se supone ni mantiene una hegemonía católica. En estas condiciones, emerge la necesidad de respeto y tolerancia hacia las diversas confesiones y grupos religiosos; además, implica que los católicos asuman su fe como una decisión responsable, consciente y madura.
Educación Religiosa: compromiso con la formación
La sociedad actual exige una educación con un alto nivel de calidad en cuanto a la preparación de las personas, considerando que, en una sociedad del conocimiento, ellas deben estar preparadas para enfrentarse al trabajo con mucha más eficiencia que antes, teniendo en cuenta el nivel de competitividad y la rapidez con la que el mundo cambia día a día. Sin embargo, esta misma sociedad reclama, además de fortalecer la preparación, la formación integral de la persona.
Por lo tanto, la pretensión de la educación actual debe atender no sólo los aspectos de contenido, métodos, formas de evaluación y relaciones que promuevan la calidad académica, sino también la formación humana y el compromiso social de la persona, lo que equivale a una formación integral, para el trabajo y para la vida.
En esta tarea están inmersas las Instituciones de Educación Superior y en especial las universidades, quienes desempeñan un papel importante en la formación de talento humano del más alto nivel, de manera que lo que ellas hacen para responder adecuadamente a los requerimientos de la sociedad moderna se constituye en un imperativo estratégico para el desarrollo nacional. Las universidades son reconocidas cada vez más como un instrumento de desarrollo de ciudades, regiones y países, y están consideradas como un factor clave para incrementar la calidad de vida y la competitividad.
El desafío para las universidades es enfrentar un mundo en el cual los sistemas productivos están en permanente transformación, la globalización ya no es sólo económica, y las culturas entran en contacto permanente unas con otras. Entender esas otras culturas, reconocer y respetar la diferencia, son cualidades que deben estar presentes en la vida laboral de las personas. Para responder a estas demandas, las universidades deben centrar su mirada no sólo en la formación de profesionales competitivos, sino también en contribuir con su formación humanista, en la calidad académica y en conciencia social (Alarcón, 2007).
Siguiendo estos desafíos, actualmente existen muchas y variadas propuestas educativas que buscan responder a las demandas de la sociedad, desde diversas perspectivas: unas destacan algunos elementos referidos a la calidad de los servicios que ofrecen; otras ponen el énfasis en su fundamento filosófico; otras en responder a las demandas del mercado, etc.
Se pretende una educación capaz de hacer realidad las posibilidades intelectuales, espirituales, afectivas, éticas y estéticas, que garanticen el progreso de la condición humana a partir de ser más y no sólo de tener más, que promueva un nuevo tipo de hombre, consciente y capaz de ejercer el derecho al desarrollo justo y equitativo, que interactúe en convivencia con sus semejantes y con el mundo y que participe activamente en la preservación de los recursos.
Es preciso aclarar que los docentes de Educación Religiosa deben estar en capacidad de entrar en diálogo con otras religiones, no necesariamente centrarse en una perspectiva netamente católica, sino que deben contribuir a que cada persona se forme integralmente desde la opción que ella o su familia haya elegido. Se trata entonces de que la Educación Religiosa aporte a la formación humana para construir una sociedad más justa, en cuyas bases esté el respeto por el ser, sin importar la orientación ideológica que asuma en este sentido.
[1] Este acontecimiento ha sido objeto de numerosos balances y evaluaciones que tratan de identificar su impacto en la renovación de la Iglesia, también sus limitaciones, retos y posibilidades hacia el futuro. Al respecto se pueden ver, entre otras publicaciones, Revista Cuestiones Teológicas 73(2003) y Revista Theologica Xaveriana 148 (2003)
[2] La literatura teológica y pastoral conoce muchos amplios balances de este evento tan trascendental. Entre ellos cabe citar el dirigido por Latourelle, René. Vaticano II. Balances y Perspectivas. Al respecto, este autor dice: “El Concilio Vaticano II ha sido, sin duda, la operación de reforma más vasta llevada a cabo en la Iglesia” no sólo por el número de padres conciliares (2540) y la unanimidad de las votaciones, “sino, sobre todo, por la amplitud de los temas tratados” (Introducción, p. 9).
[3] “Por el cual se establecen normas sobre la educación religiosa en los establecimientos oficiales y privados de educación preescolar, básica y media de acuerdo con la Ley 115 de 1994 y la Ley 133 de 1994”. Se decreta que “todos los establecimientos educativos que imparten educación formal ofrecerán, dentro del currículo y en el plan de estudios, el área de educación religiosa como obligatoria y fundamental, con la intensidad horaria que defina el Proyecto Educativo Institucional…”; en relación con los docentes, se define que “la asignación académica de educación religiosa debe hacerse a docentes de esa especialidad o que posean estudios correspondientes al área y tengan certificación de idoneidad expedida por la respectiva autoridad eclesiástica…” .